“Juntos podemos hacer del
proceso de Enseñanza un camino maravilloso, lleno de posibilidades, estrategias
y juegos, que mejoren día a día nuestras prácticas, de una forma más
lúdica e interactiva y haciendo del Aprendizaje un
constante desafío...”
Trabajar con "WebQuest o Caza de Tesoro" en las escuelas
Una WebQuest es una actividad
orientada a la investigación donde toda o casi toda la información que se
utiliza procede de recursos de la Web (Dodge,
1995).
Una WebQuest se construye alrededor de una tarea atractiva que provoca
procesos de pensamiento superior. Se trata de hacer algo con la información. El
pensamiento puede ser creativo o crítico e implicar la resolución de problemas,
enunciación de juicios, análisis o síntesis. La tarea debe consistir en algo
más que en contestar a simples preguntas o reproducir lo que hay en la
pantalla. Idealmente, se debe corresponder con algo que en la vida normal hacen
los adultos fuera de la escuela.
Una caza del
tesoro es un tipo de actividad didáctica muy sencilla que utilizan los docentes
que integran la Internet en el currículum. Consiste en una serie de preguntas y
una lista de direcciones de páginas web de las que pueden extraerse o inferirse
las respuestas. Algunas incluyen una “gran pregunta” al final, que requiere que
los alumnos integren los conocimientos adquiridas en el proceso En este texto
se explica qué es una caza del tesoro, sus potencialidades didácticas, dónde
encontrar cazas ya preparadas en la Internet y cómo prepararlas nosotros
mismos, en función de nuestros objetivos curriculares.
Una “caza
del tesoro” (en inglés “Treasure Hunt”, “Scavenger Hunt” o “Knowledge Hunt”, ya
que de las tres formas se la conoce) es una de las estructuras de actividad
didáctica más populares entre los docentes que utilizan la Internet en sus
clases.
Les propongo
que visiten estas páginas referentes a WebQuest muy interesantes:
Cuentan que en el comienzo de
los tiempos el mundo era marrón, era ocre, era castaño, era pardo, era tierra.
Era entonces una casa en el
comienzo de los tiempos, toda marrón, de ventanitas ocre, puertas castañas y un
tejado pardo. Una casa con un niño pequeño,
de ojos pardos, cabellos castaños, manitas ocres y ropa marrón y una abuela de
paciencia castaña, sueños pardos, amor ocre y rostro marrón. Una noche, el niño pequeño se
despertó llorando. La abuela de amor ocre lo abrazó, dibujó estrellas con las
lágrimas en ambas mejillas, hasta que el niño se durmió, iluminado, feliz,
sonriente. Apenas hubo recuperado el sueño, la abuela se calzó sus sandalias
trenzadas de cuero para salir a buscar algo más por la tierra. La abuela, que conocía el
secreto más secreto de la naturaleza, anduvo un buen rato buscando, buscando y
buscando hasta que por fin encontró un sauce. Bien sabido es que hay especies
de sauces que suelen llorar desde el principio de los tiempos aunque nunca
nadie haya descubierto el porqué. La abuela acarició sus ramas
y cortando una, le dio un beso, le secó una lágrima y volvió por el mismo
camino rápidamente antes de que se despertara el niño. Con la rama armó un
anillo, redondo, redondo como un sol o mejor aun como la luna llena. Y se fue dormir.
Necesitaba descansar. Al día siguiente el niño
pequeño, que aún llevaba las estrellas invisibles, jugaba con piedritas morenas
cuando un haz de luz se enredó en su pelo y tomándolo con sus manitos ocres, lo
enredó en la rama de sauce que la abuela había colgado en la entrada de la
casa. El haz de luz se volvió de un amarillo intenso. La abuela lo ató bien
para que no se pierda y al llegar la noche tomó un clavito de madera y colgó el
anillo con el haz de luz sobre la cama del niño. Parece que esa noche el
pequeño durmió, durmió y durmió sin reparar que en toda la tierra algo muy raro
estaba sucediendo. A la mañana siguiente, la
abuela de rostro marrón descubrió que el cabello del niño tenía haces de luz,
que un pájaro de plumas amarillas revoloteaba las ventanas y toda la tierra
amanecía cubierta de matas de flores alimonadas, doradas, girasoladas. El
niño no podía salir de su asombro y alegría. La abuela saludaba al viento,
bendecía al sauce, alimentaba al pájaro y reía como loca. El pájaro voló con el
viento, para llegar hasta el sauce y cuando llegó la noche regresó a la casa
con un extraño hilo de color anaranjado. El niño pidió a la abuela que lo atara
al anterior, y así fue como con paciencia castaña, fue cosiendo el nuevo hilo
desde afuera hacia adentro, que así es como se debe tejer. Ustedes preguntarán
quién dice que deba hacerse así. Y eso es muy fácil: las arañas, que por el
comienzo de los tiempos cuando la tierra era parda, abundaban por todas partes
porque es bien sabido que las arañas, oscuras o claras, son definitivamente
marrones. Con la primera luz del día,
la abuela y el niño pequeño se despertaron para desayunar y, para su sorpresa,
descubrieron que la tierra se había iluminado de caminos de ladrillo, que
crecían árboles de naranjas y mandarinas perfumadas. Y los dos se pusieron las
sandalias de cuero para recorrer el camino, bebiendo un jugo delicioso y
anaranjado. Para su suerte, el niño ahora
jugaba con piedras pardas y piedras anaranjadas e inventaba juegos que antes
eran imposibles. Agitó con fuerza, mucha fuerza dos piedras para arrojarlas
bien lejos al viento. El viento, bien sabido es que nunca deja las cosas en
paz, revoleó ambas piedras contra el sauce. Cuando el niño fue a buscarlas no
encontró sino al pájaro con una hebra de color rojizo en el pico. Como es de
esperar, volvió corriendo a pedirle a la abuela que la tejiera de afuera hacia
adentro en el anillo de sauce. Y esa noche, durmió el anillo, amarillo,
anaranjado y rojizo, sobre la cabeza del niño. Todo esto sucedió en los días
siguientes: primero, nacieron fresas, manzanas y tomates en todo el territorio
que llegaban a recorrer con su vista. Y más, los atardeceres se volvieron
rojos, rosados, amarillentos y anaranjados. En el segundo día: el pájaro atrapó
una hebra azul de la tarde y la tierra al otro día se llenó de nomeolvides, de
lagos azules y de ríos azarosos. Al tercer día, el niño lanzó al viento un
nomeolvides que quedó atrapado en una nube roja. Llovieron cintas violetas que
la abuela tejió nuevamente de afuera hacia adentro y ya a la noche la
tierra estaba tapizada de flores de jacarandá. Y todas y cada una de las
noches, la abuela lo colgó de la pared sobre el sueño del niño. Siempre el pájaro traía
lazos, traía hebras, traía cintas. Y siempre la abuela tejía como araña
multicolor. Hasta que un día el niño pequeño encontró una piedra verde, el
mismísimo día en que el tejido de la abuela había llegado justo al centro. La
abuela tomó la piedra y la ató al tejido. Al día siguiente el pájaro
estaba increíblemente marrón, se desprendió una pluma y la ató también al
anillo. Nunca más se supo de él. Dicen que voló a otras tierras. Y dicen que así fue el
comienzo de los tiempos. Que fueron de color marrón y que los buenos sueños
fueron pintando. Que hizo falta del vuelo de un pájaro y de la paciencia de una
abuela tejedora para cambiar las cosas. Que no hay que olvidar una piedrita de
color verde en el centro, elegida por un niño pequeño, y, para terminar, una
pluma suave y leve como un papel. Todo esto debe colocarse colgado en la pared
vigilando el sueño de quien uno quiera durante las noches. No importa si son de
luna llena."Lo que sí importa es el
deseo de soñar".
Te
propongo que visites el siguiente enlace dónde podrás ver y realizar tu propio
atrapasueños. ¿Te Animás? Puedes pedir ayuda a un grande si te parece
algo complicado. Suerte!!